Capítulo 100
Se Volvió Loco Tras Mi Muerte ( Violeta and Maurino )
CapÃtulo 100
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Los que estaban alrededor desviaron la mirada, incapaces de soportar la escena.
El hombre en el suelo estaba bañado en sudor y pálido, sintiendo su mano entumecida y temblando de miedo.
Bajo el pie de Maurino, la mano del hombre estaba desfigurada, âEsto es solo el comienzo. Por cada dÃa que no la encuentre, sufrirás un poco más.
Pasarás el resto de tu vida en prisión.â
Para él, ese era el menor de los castigos.
Lucrecia miró hacia el otro lado del salón donde estaba el ascensor exclusivo del presidente y suspiró, âYa son tres veces que vengo y él no está aquÃ, ¿qué pasa?â
La recepcionista evitaba su mirada, sabiendo que era la futura esposa del presidente, âSeñorita Salazar, por favor, no me haga esto. Yo solo soy la recepcionista. En estos dÃas la empresa ha estado muy revuelta, han despedido a mucha gente y todos estamos con el Jesús en la boca.
¿Qué tal si le aviso cuando regrese el presidente? ¿EstarÃa bien?â
Lucrecia se sintió desanimada, pero sabÃa que Maurino estaba molesto con ella. Se habÃa enterado del incidente con Violeta, siendo una jovencita de apenas dieciséis años que habÃa sufrido un terrible incidente su enfado era comprensible, en especial porque
Violeta era como una hija para Maurino.
Maurino no queria verla y Lucrecia lo entendÃa.
âEstá bien, me iré entonces.â
âSeñorita Salazar, no se tome las cosas tan a pecho.â
Los rumores dentro de la empresa apuntaban a que la amante que Maurino tenÃa fuera habÃa sido expulsada por la familia Paz y por eso, el presidente habÃa evitado encontrarse con la Señorita Salazar durante varios dÃas.
La recepcionista suspiró al ver a la delicada figura de Lucrecia caminando hacia la salida. Se preguntaba qué tendrÃa ella para mantener al presidente tan enganchado. En toda la capital, era difÃcil encontrar a otra mujer tan hermosa como la Señorita Salazar.
Lucrecia se subió al auto y el chofer preguntó, â¿Regresamos a casa, señorita?â
Ella, apretando un termo entre sus manos, contestó, âQuiero esperar un poco más.â
Sin embargo, minutos después, vio salir el Maybach de Maurino del estacionamiento.
Abrió la puerta del auto con la intención de seguirlo, pero el vehÃculo ya estaba lejos.
Ernesto le dijo a su jefe, âPresidente, era la Señorita Salazar, ¿deberÃamos parar?â
Maurino, sin abrir los ojos y con una voz serena, dijo, âNo te preocupes por ella. Vamos a la comisarÃa.â
En la celda de detención.
Un hombre yacÃa en el suelo, apenas con vida después de haber sido torturado innumerables veces. Maurino entró sin esfuerzo en la habitación oscura, iluminada solo por una bombilla inestable. El hombre agarró desesperadamente el bajo de los pantalones de Maurino, âMe equivoqué, fue la lujuria lo que me cegó. Creà que ella estaba sola y que serÃa fácil, pero juro que no la toqué.â
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Después de que ella me golpeó, se escapó.
¡De verdad, no la toqué!â
Maurino lo miró sin emoción, como si estuviera mirando a un muerto, â¿Te compadeciste de ella cuando te pidió que pararas? ¡Solo tiene dieciséis años!â
âPor favor, perdóname, no me atreveré a hacerlo nunca más.â
âNo es que no te atrevas, es que temes a la muerte.â
Maurino, con su habitual compostura, raras veces mostraba su lado cruel. Como ahora, su zapato manchado de sangre se elevó lentamente y aplastó el dorso de la mano del hombre, que ya era demasiado tarde para retirar.
âNo, por favor.
¡Suéltame!*
El grito de dolor resonó en la habitación.