Capítulo 94
Se Volvió Loco Tras Mi Muerte ( Violeta and Maurino )
CapÃtulo 94
Aunque hubo un pequeño contratiempo, al menos ya tenÃa asegurada la comida de ese
mes.
Ella venÃa de una familia humilde, no como Maurino, que habÃa disfrutado de una vida plena de lujos durante más de una década con su familia. Para él, esa cantidad de dinero era insignificante.
A Violeta no le importara tener mucho o poco dinero, tenÃa la costumbre de ahorrar. HabÃa juntado una cantidad considerable que guardaba en una gran lata de hierro. Al abrir la tapa, solo se veÃan unos cuantos billetes y monedas sueltos.
En el botiquÃn, exprimió la pomada para quemaduras como si fuera pasta de dientes y con un hisopo la aplicó en la herida. Violeta no pudo evitar inhalar con fuerza por el dolor.
El ardor en el empeine era insoportable, le impedÃa concentrarse en sus estudios. Ahora se lamentaba por haber roto aquella ampolla. Al final, recurrió a un método rudimentario: sacó un viejo ventilador y lo puso frente a la quemadura, lo que alivió un poco la sensación de quemazón.
Esa noche, no descansó bien. Entre sueños, la temperatura seguÃa subiendo y el aire del ventilador soplaba caliente a su alrededor.
En la Villa del Sol.
En un pasillo tranquilo, un hombre pasaba por una habitación cuando escuchó un ruido. Instintivamente, empujó la puerta y entró. Al ver a una persona dentro, sus ojos se enfocaron: â¿Qué estás haciendo?â
Esa pregunta hizo saltar a la criada, âSeñor, estoy guardando el cobertor de la señorita Violeta. No sé cuándo regresará, asà que pensé en recogerlo para que no se llene de polvo. Cuando ella vuelva, se lo pondré.â
Maurino bajó lentamente la mano de la puerta y se marchó sin decir una palabra.
Las noches de verano son cortas y a las cuatro de la madrugada, el cielo ya comenzaba a clarear con una temperatura fresca.
â¡Bang, bang, bang!â
El estruendoso golpeteo en la puerta despertó a Violeta.
â¡He vuelto, abre la puerta/carajo!
¿Me escuchaste? ¡Abre la puerta, maldita sea!
No creas que porque no hagas ruido creeré que no estás, sé que estás ahÃ.â
La voz del otro lado sonaba ebria. Violeta ya habÃa tenido encuentros con gente asà antes,
1/2
10:14
pero los rufianes del barrio sabÃan que en esa casa vivÃa alguien que no tenÃa miedo de pelear, asi que normalmente no se atrevÃan a molestar.
asÃ
Violeta no podÃa ponerse las zapatillas, asà que descalza y alerta, tomó el bate de madera que tenÃa junto a la cama y sin atreverse a encender la luz, se acercó a la puerta. Se apoyó contra ella y levantó el bate en su mano.
No podÃa relajarse. La vieja puerta se abrirÃa fácilmente con un empujón.
Si se atrevÃa a entrar, estaba dispuesta a defenderse.
â¡Deja de hacer ruido, carajo! ¿Es que no dejan dormir?â
Tras un rugido, el que golpeaba la puerta se calló.
Violeta, mirando a través del ojo mágico, vio que al parecer se habÃa ido.
Al volver a la habitación, se preguntó si deberÃa mudarse. A pesar de que el alquiler era barato, vivir allà no era una solución a largo plazo.
Se sentó frente al escritorio, abrió la lata y comenzó a contar el dinero que habÃa ahorrado. Entre todos los billetes sumaban unos doscientos dólares. Con eso podrÃa mudarse a un lugar con un ambiente mejor.
Adrián habÃa estado ocupado con la competencia esos dÃas. Estaba trabajando en una aplicación de mensajerÃa que ya estaba en una fase preliminar, pero todavÃa en pruebas.
No habÃa grandes problemas con el testeo, asà que envió su formulario de inscripción.
Aunque hubo un pequeño contratiempo, al menos ya tenÃa asegurada la comida de ese
mes.
Ella venÃa de una familia humilde, no como Maurino, que habÃa disfrutado de una vida plena de lujos durante más de una década con su familia. Para él, esa cantidad de dinero era insignificante.
A Violeta no le importara tener mucho o poco dinero, tenÃa la costumbre de ahorrar. HabÃa juntado una cantidad considerable que guardaba en una gran lata de hierro. Al abrir la tapa, solo se veÃan unos cuantos billetes y monedas sueltos.
En el botiquÃn, exprimió la pomada para quemaduras como si fuera pasta de dientes y con un hisopo la aplicó en la herida. Violeta no pudo evitar inhalar con fuerza por el dolor.
El ardor en el empeine era insoportable, le impedÃa concentrarse en sus estudios. Ahora se lamentaba por haber roto aquella ampolla. Al final, recurrió a un método rudimentario: sacó un viejo ventilador y lo puso frente a la quemadura, lo que alivió un poco la sensación de quemazón.
Esa noche, no descansó bien. Entre sueños, la temperatura seguÃa subiendo y el aire del ventilador soplaba caliente a su alrededor.
En la Villa del Sol.
En un pasillo tranquilo, un hombre pasaba por una habitación cuando escuchó un ruido. Instintivamente, empujó la puerta y entró. Al ver a una persona dentro, sus ojos se enfocaron: â¿Qué estás haciendo?â
Esa pregunta hizo saltar a la criada, âSeñor, estoy guardando el cobertor de la señorita Violeta. No sé cuándo regresará, asà que pensé en recogerlo para que no se llene de polvo. Cuando ella vuelva, se lo pondré.â
Maurino bajó lentamente la mano de la puerta y se marchó sin decir una palabra.
Las noches de verano son cortas y a las cuatro de la madrugada, el cielo ya comenzaba a clarear con una temperatura fresca.
â¡Bang, bang, bang!â
El estruendoso golpeteo en la puerta despertó a Violeta.
â¡He vuelto, abre la puerta/carajo!
¿Me escuchaste? ¡Abre la puerta, maldita sea!
No creas que porque no hagas ruido creeré que no estás, sé que estás ahÃ.â
La voz del otro lado sonaba ebria. Violeta ya habÃa tenido encuentros con gente asà antes,
1/2
10:14
pero los rufianes del barrio sabÃan que en esa casa vivÃa alguien que no tenÃa miedo de pelear, asi que normalmente no se atrevÃan a molestar.
asÃ
Violeta no podÃa ponerse las zapatillas, asà que descalza y alerta, tomó el bate de madera que tenÃa junto a la cama y sin atreverse a encender la luz, se acercó a la puerta. Se apoyó contra ella y levantó el bate en su mano.
No podÃa relajarse. La vieja puerta se abrirÃa fácilmente con un empujón.
Si se atrevÃa a entrar, estaba dispuesta a defenderse.
â¡Deja de hacer ruido, carajo! ¿Es que no dejan dormir?â
Tras un rugido, el que golpeaba la puerta se calló.
Violeta, mirando a través del ojo mágico, vio que al parecer se habÃa ido.
Al volver a la habitación, se preguntó si deberÃa mudarse. A pesar de que el alquiler era barato, vivir allà no era una solución a largo plazo.
Se sentó frente al escritorio, abrió la lata y comenzó a contar el dinero que habÃa ahorrado. Entre todos los billetes sumaban unos doscientos dólares. Con eso podrÃa mudarse a un lugar con un ambiente mejor.
Adrián habÃa estado ocupado con la competencia esos dÃas. Estaba trabajando en una aplicación de mensajerÃa que ya estaba en una fase preliminar, pero todavÃa en pruebas.
No habÃa grandes problemas con el testeo, asà que envió su formulario de inscripción.
Al salir del laboratorio de computación de la escuela, se topó con Inés.
Adrián se acercó a preguntar: â¿Violeta está por aquÃ?â
Inés lo miró seriamente con el ceño fruncido, âAdrián, sé que eres bueno en los estudios y que ya enviaste tu solicitud a la Universidad Capital, pero Violeta apenas está en primer año. Estás distrayéndola de sus estudios. Todo tiene su momento, incluso el amor.â
Ãl sacó un cuaderno de su mochila, âEste es el material de estudio de segundo año que
le he preparado personalmente, ella ya no encuentra gran dificultad en los cursos de primer año.â
Inés tenÃa sentimientos encontrados acerca de esos genios enamorándose, âSe quemó el pie y pidió tres dÃas libres, si tienes tiempo, deberÃasâ¦â
Antes de que pudiera terminar la frase, el chico ya habÃa dado media vuelta y se alejaba.
âSuéltame, ¿qué estás haciendo?!â
Tú suéltame a mÃ!â
Un desconocido lleno de aliento alcohólico y un hedor nauseabundo irrumpló desde afuera. Violeta fue derribada al suelo mientras el hombre intentaba arrancarle la ropa a tÃrones. âChiquita, te he estado observando por un buen rato, ¿ya no tienes dinero, verdad?
Solo déjame echar un vistazo y tocar un poco, te daré mucho, mucho dinero.â
Violeta se debatÃa, âSi me tocas, mi hermano te va a matar cuando regrese.â
El hombre le dio una sonrisa lasciva, sus ojos brillaban con codicia. âDeja de fingir. Te he estado vigilando mucho tiempo. Tu hermano maneja unos carrazos, pero ya te dejó de lado. Si realmente le importaras, ¿por qué no te llevó consigo después de hacer dinero? ¿O qué, ya tu âquerido hermanitoâ se aburrió de ti?
¿Quién sabe con cuántos jugaste ya? A tu edad, ¡ni me acuerdo con cuántas habÃa estado! ¡Vamos!
¡Será mi primera vez con una chica delicada como tú!â
Con un ârasgadoâ, la camiseta delgada de Violeta le fue arracada, dejando al descubierto su piel blanca. â¡Desgraciado, suéltame!â
Cuando el hombre intentó besarla, Violeta agarró un taburete cercano y lo estrelló contra la cabeza del hombre, que soltó un grito agudo mientras la sangre comenzaba a fluir. El hombre la miró con ojos vengativos, âMaldita sea, te atreviste a atacarme.â
De repente, el hombre agarró el cabello de Violeta y la golpeó con fuerza contra el suelo. Con un âgolpeâ, su visión se oscureció y un zumbido invadió sus oÃdos, pero el dolor la hizo recobrar la conciencia. Al sentirlo acercarse otra vez, mordió con fuerza el hombro del hombre, soltando un grito desgarrador y con una patada se deshizo del viejo sobre ella. Luego, rápidamente, volvió a tomar el taburete de madera y lo arrojó hacia una parte vital, pero que no le causarÃa la muerte fácilmente.